La arquitectura del Kursaal nace de un lugar bien preciso, la desembocadura del río Urumea, y puede que no sea una figura retórica el decir que es este accidente geográfico quien la inspira. Al aceptar como punto de partida que la fábrica urbana no podía extenderse, se propugnaba el olvido deliberado de la arquitectura convencional, buscándose como alternativa un edificio que mantuviese el carácter de accidente geográfico que aquel solar tenía.
Y así surgieron los dos cubos, volúmenes abstractos capaces de absorber y contener el programa, inscribiéndose en el paisaje, acusando la presencia del monte Urgull y del monte Uría: los cubos, como dos gigantescas rocas varadas que rinden tributo de pleitesía a la geografía con el visible guiño que una y otra hacen a las dos mencionadas montañas.